El pasado 4 de noviembre entró en vigor el
Acuerdo de París sobre el cambio climático (CC), adoptado el 12 de diciembre de 2015 por 195 países y abierto para la firma el 22 de abril de 2016, día de la Tierra. Este
Pacto, es considerado el más complejo y de
mayor importancia jamás alcanzado. Reúne la voluntad de gobiernos, regiones, sociedad civil, empresas públicas y privadas, inversionistas y otros, al compromiso de
hacer frente a la amenaza que representa el CC.
La complejidad y las consecuencias de la entrada
en vigor del Acuerdo de París encarna desafíos tan extraordinarios, como
descomunales e incluso inimaginables, en lo político, financiero, económico,
social y cultural. El Acuerdo se ha movido a través del convencimiento de que
no habrá futuro para las próximas generaciones, si no modificamos el estilo de
vida y el tipo de sociedad que surgió en las últimas décadas del siglo XVII,
con el advenimiento de la primera revolución industrial.
Primero el carbón y luego el petróleo, ambos
combustibles fósiles abrieron las puertas a transformaciones sorprendentes, que
modificaron el modo tradicional de hacer las cosas, brindando progreso y
bienestar, a través de nuevos paradigmas de desarrollo económico, producción
industrial, medios de transporte, electricidad, desarrollo tecnológico y otros,
pero también sembraron el germen que con en el paso del tiempo, tiene el potencial de destruirlo
todo y hoy urge combatirlo.
Las emisiones de gases de efecto invernadero
(GEI), particularmente el CO2, representa esa arma letal que hemos levantado
en más de dos siglos con capacidad suficiente como para desvastar la vida sobre
la tierra. De modo que enfrentarnos al ultimátum que nos da a diario, requiere ponerle fecha
a su predominio y decadencia, mucho más cuando vivimos en una sociedad adicta
al carbón y al petróleo y cada vez más al gas natural.
El Acuerdo de París se inscribe en esa
expectativa y ha establecido como fecha para la consolidación de un nuevo
modelo de producción de energía, el final del presente siglo. En el entendido
de que no será un proceso, ni rápido ni lineal. Por el contrario será
zigzagueante. Veremos cómo las emisiones de GEI por un tiempo no se reducirán,
sino que crecerán, o el consumo de petróleo, carbón y gas natural, en lugar de
descender, aumentarán. Será así, porque la variable del crecimiento de la
demanda energética continuará su curva ascendente, lo mismo que la población. Adicionalmente,
amplias regiones en todo el mundo edifican y edificarán infraestructuras energéticas, que deberían ser sostenibles, pero que no necesariamente serán, para poder acceder a la energía,
con lo cual se incrementará aun más la demanda.
No obstante el complejo escenario, la hoja de
ruta para alcanzar un sistema energético basado en energías renovables debe
fortalecerse, de lo contrario no será posible el objetivo de mantener la
temperatura de la tierra por debajo de 2 grados y lo más cerca de 1,5 grados,
meta central del Acuerdo de París.
De hecho hace apenas unos días, el 3 de
noviembre el Programa de la ONU para el Medio Ambiente (PNUMA) increpó a todos
los países a ampliar de manera excepcional sus esfuerzos para recortar un 25%
adicional sus emisiones de GEI para 2030, pues de lo contrario, no se podrá
minimizar el cambio climático, ni limitar el aumento de la temperatura global a
menos de 2ºC en este siglo, con todas las
consecuencias que esto comportará.
De acuerdo al nuevo informe del PNUMA, las
emisiones contaminantes alcanzarían en 2030 hasta 56 gigatoneladas de dióxido
de carbono, un número muy por superior del nivel de 42 gigatoneladas que se
calcula podría mantener el calentamiento global dentro del objetivo inferior a
los 2ºC.
En línea con ese propósito y vista la gravedad de los daños que causarán
las alteraciones del clima en los años por venir (en muchos casos esto será
irreversible), los líderes del G7 (Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón,
los EE.UU. y el Reino Unido) congregados en Alemania en junio de 2015, establecieron
un primer extremo de reducción del consumo de energía fósil entre un 40% y un 70 % desde los niveles de 2010
para el año 2050, y otra para su completa eliminación para 2100.
Con esa propuesta el panorama se despeja y ya
tenemos dos fechas fijas sugeridas. Dentro de 34 años al menos el 55% de la
energía fósil (tomando la media entre el 40% y 70% estimados), no existirá.
Esto no significa que esa cantidad no pueda ser superada e incluso alcanzar el
extremo del 70% planteado por el G7, lo cual dependerá en gran medida; de los
avances tecnológicos para producir más electricidad de fuentes renovables, de
la electrificación del sector transporte, de la renovación e introducción de
nuevas construcciones urbanas bajo patrones de sostenibilidad, el avance de la
eficiencia energética que desacoplará el crecimiento económico del incremento
del consumo energético, del compromiso de otras naciones como China, India,
Brasil y en fin de todos los países, entre tantas otras acciones por emprender.
La segunda fecha ocurrirá dentro de 84 años,
ese día no debería existir ningún proceso movido por energía fósil. El
escenario planteado es un pronóstico que parte de estudios científicos, pero
que necesita de la participación de la humanidad en su conjunto. Debe ser la
nueva ideología de los habitantes de este planeta, que dé sentido a la subsistencia
de cada uno, teniendo presente que urgimos de un modelo sostenible, que no
puede esperar. Es el momento de pensar en grande para cambiar.
Manos a la obra.
El mundo que hemos creado es un proceso de
nuestro pensamiento.
No puede ser cambiado sin cambiar nuestro pensamiento. Albert Einstein.
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